martes, 3 de junio de 2014

Teatro Degollado en Caída Libre

Como clausura del 17 Festival de Mayo, la compañía de danza Diavolo ofreció cuatro presentaciones al público tapatío en el gran Teatro Degollado. La presentación contaba con cinco coreografías que los bailarines ejecutaron con destreza y cooperación.

La primera coreografía se basó en un "entrenamiento militar" en el que una tabla con protuberancias cilíndricas cruzadas por toda su superficie sirvió como única pieza de utilería. Los cuerpos subían y bajaban deslizándose sobre ella y hacían sin número de acrobacias a lo largo de ella. Vestidos con ropa camuflajeada, los bailarines formaban figuras, corrían alrededor y se usaban los unos a los otros como parte de la reducida escenografía para construir, con la música, el ambiente del riguroso entrenamiento por el que pasan los soldados.

El segundo acto de la noche fue un romántico cortejo entre dos participantes de la compañía. Un hombre aparece en escena arrastrando una maleta, de la cual emerge delicadamente una mujer posteriormente. Se buscan e ignoran a través de una puerta, la cual sirve cual barrera y conexión entre ellos. Con una música tranquila, la pareja fue deslizándose sobre y debajo del marco de la puerta hasta quedar juntos en un abrazo reconciliador.

  Los diestros acróbatas siguieron demostrando la grandeza que puede surgir de lo más simple en su siguiente acto, en el que una discusión por tener el lugar en una banca fue motivo suficiente para llevar a cabo una laboriosa y muy loca coreografía. Llena de giros, saltos, velocidad y piruetas en conjunto, hicieron al público desear que el escenario fuera más grande para que así contaran con más espacio por donde contorsionar sus cuerpos de las formas más sorprendentes.

Fue increíble ver la manera en que los musculosos cuerpos de los bailarines hacían ver tan fácil los movimientos que fluyeron dentro de un espacio casi surreal. El desempeño de cada uno de ellos llevaba detrás años de experiencia y disciplina. Creo que muchas veces se da por sentado el trabajo detrás de la exposición: ya sea una expresión artística o una laboral. Hay que ser más sensibles al relacionar el proceso con el resultado, saber que todo cuenta y hacer conexiones para evaluar y valorar mejor el trabajo ajeno.

Después del intermedio de unos cuantos minutos el show continuó. Una rueda gigante, formada por cuatro partes iguales atrajo la atención de los espectadores. Entre bailes y suaves movimientos, estas cuatro partes formaron la rueda completa, que sirvió como una pieza de arquitectura viva. Montándola y dándole vueltas, los bailarines hicieron de un objeto de fierro un escenario movible.

   La última y mi favorita de las cinco coreografías utilizó medio cilindro, como en forma de bote que se movía de un lado a otro, conspirando con la gravedad para hacer uno de los momentos de mayor incertidumbre en los deslizamientos de quienes bailaban sobre él. 

Tal cual como péndulo, fue marcando los tiempos de cada paso, de cada cambio de dirección y cada acercamiento de un personaje en específico. En equipos de dos, de tres, cinco o todos en conjunto, tomaron propiedad del escenario en movimiento. Se deslizaban sobre él algunas veces y otras lo escalaron: impredecible para aquel ajeno del acto y conocido por quien, por años ya, lo ha intentado domar. 

Esta última escena fue la última y más largas de todas: deshaciendo el set, haciendo acrobacias sobre él y en el suelo también. El equipo de Diavolo mostró con destreza y dinamismo el fruto de su trabajo en esta amplia recopilación de momentos: las caídas, acrobacias, giros y saltos; dentro de los valores en los que viven de la mano: el compañerismo, la confianza absoluta, el esfuerzo...

Muy contenta la gente se levantó para abrazar en aplausos a los bailarines al finalizar la ópera. y todavía más contentos se les vio a los acróbatas agradecer por su cuarta presentación en la cálida Perla Tapatía.