Para clausurar el Encuentro Artístico de Zapopan (ENAZ), se realizó un toquín a escasas calles de distancia del Museo de Arte de Zapopan (MAZ), sede de la mayoría de las actividades del encuentro.
El Carmen Cantina ambientó con luces un escenario en la parte trasera de su terraza, donde Mexitano se dispuso a darles motivo de bailar a los invitados. Los tres músicos, con alma gitana, desprendieron su arsenal de pedales y tornamesas para comenzar la fiesta entre una audiencia animada (en su mayoría de pie). La mezcla de sonidos hacíal alusión al jazz con el coqueto y estremecedor timbre del saxofón, a la música electrónica con sonidos pre-grabados y a la música tradicional mexicana con el fraseo continuo de canciones mexicanas, entre las cuales La Llorona hizo su aparición.
Con un acordeón, Mexitano daba pie a las tendencias gitanas que reforzaba con cánticos y tonadas más que acertadas en este género. Dos bailarinas acompañaron al trío con coreografías que tenían un poco de danza árabe y otro tanto de gitana y mexicana.
Poco a poco fueron levantando a más gente, que con chela en la mano convirtió la terraza en pista de baile. Albert Torres no se conformó con elevar los pies de los asistente con su trombón lleno de eco y de ese sabor metálico, sino que no contuvo sus dedos hiperactivos y ansiosos de tocar cuanta herramienta musical estuviera frente a él: llámese loop, laptop, o diversas pedaleras.
El tercer integrante, y el mayor de todos, tocaba con singular emoción el acordeón que enlazaba con una tela invisible las melodías de sus dos colegas. El poco interés por los límites entre géneros es lo que hace de Mexitano un grupo de creatividad interminable que para nada buscan encasillar sus composiciones en un sólo estilo musical.
Después de más de una hora de música y danza, la lluvia amenazó con terminar el concierto privado. Pero la gente ya ambientada y los ánimos interminables de los músicos no se dieron por vencidos tan fácilmente, después de hacer un homenaje a Tlaloc con danzas primitivas y saltos, el grupo hizo espacio bajo su techo a su cercana audiencia, con lo que pudieron intercambiar gritos, cánticos y saxofonazos. Se suspendió la corriente eléctrica para prevenir cualquier accidente, pero sólo hizo más íntimo el encuentro musical.
La fiesta siguió, la música sonó y la gente bailó.
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