Les Optimistes presentaron por segunda vez Los Gatos no pueden Volar. Con pequeños actos de acrobacia, aro aéreo, mástil fijo, malabares y cuerda lisa, los diez integrantes fueron desarrollando sus vidas día con día de una manera más pintoresca.
Uno a uno, o en parejas, iban desarrollando números de malabares en donde el nivel de dificultad aumentaba al tener que atrapar los objetos después de que pasasen por el centro de un aro que sostenía otro compañero. Dentro de esta acrobacia, se iba desdoblando una coreografía perfectamente sincronizada en donde el asombro del público era la principal motivación.
Este juego de malabares se extendió a una discusión y juego de seis de los artistas en escena, mientras pasaban el rato en un sillón dentro del set, entre todos iban manipulando las pelotas y cambiando de lugar: como si la pelota misma fuera la palabra que cada persona toma dentro de un debate en una reunión común y corriente.
Entre otras interacciones de este grupo de amigos, hubo también acercamientos románticos: cortejos en los que se ofrecía -en vez de una canción- un acto en mástil fijo (ese es el sueño).
Como en todos los grupos, había roles que se cubrían entre los integrantes. Estaba la enamoradiza, que no hacía más que preguntar si alguien querría casarse con ella; estaba el hiperactivo, que con sólo un par de gotas de alcohol se ponía agresivo y buscaba pleito con quien se le pusiera en frente, incluso si eso diera pie a una gran coreografía de acrobacia de piso.
Entre pláticas y desvelos que pasaban juntos, era inevitable hablar de sus sueños: de lo que los motivaba a levantarse todos los días. A pesar de que estos en un principio sonaran irracionales e inalcanzables -como volar- podían hacerse realidad con las herramientas necesarias. Como los gatos, que no vuelan precisamente sino que maniobran para caer en las cuatro patas, ellos podían servirse de una cuerda lisa o un aro aéreo para separarse del piso y balancearse en el aire.
Al fin de cuentas, los sueños inalcanzables sólo necesitan el medio correcto para convertirse en realidad.
Se tuvieron sus altos y sus bajos, como siempre, y fueron retratados con guturales blues como música de fondo, pistolas y muerte, pero de repente todos perdían la cabeza, se volvían locos. Y en la fiesta se lanzaban al aire, se colgaban de aros, se paraban de manos, hacían acrobacias entre ellos, y festejaban la vida: arriba o abajo, festejaban vivir alrededor de quienes los hacen vivir mejor, amigos que se convierten en familia y que vuelan con ellos.
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