La escenografía coincidía un la descripción sobre el programa de mano: espacios mágicos de la cultura mexicana que reunían los volcanes enamorados, el Callejón del Beso, una silueta de el Charro Negro y otros rincones que conocemos por la narración de leyendas que hemos presenciado desde que somos pequeños.
Número por número, seis leyendas tradicionales fueron representadas con la expresión corporal de estos seis bailarines. Su vestuario e interpretación eran contemporáneas, lo que hacía un choque cultural con los relatos que contaban.
Sombras corpóreas que representaban a la muerte, a un enemigo o a ellos mismos, polarizaban las coreografías mientras los reflectores seguían a los personajes principales que caracterizaban a La Llorona, o a Pascualita. Y con el mismo sentimiento de desgarre y dolor: que es atemporal a relatos tradicionales, los bailarines retorcían sus cuerpos para escapar de aquello que los succionaba a la oscuridad con la que habrían de vivir el resto de la eternidad.
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