Para la
inauguración del FICG -edición 31- los organizadores reunieron una cápsula de
cultura suiza y mexicana, para presentarla como oda a lo que continuaría por
toda la semana siguiente.
Hubieron entregas
de premios a actores que han redefinido la escena cinematográfica mundial, como el Premio Mayahuel al Homenajeado Alfonso Arau.
Entre las
proyecciones se presentaron partes de películas clásicas de estos personajes,
que se han visto en cine mexicano, suizo, norteamericano, y mundialmente.
La proyección
estelar sería Heidi: película suiza que representa ya una gran parte de lo que
Suiza ha dado al mundo infantil, con su caricatura que cautivó a generaciones
alrededor del globo. Pero como una muestra de lo que Guadalajara también tiene
que ofrecer, y lo que podrían estar viendo los invitados, inmersos durante una
semana en la Perla Tapatía, el escenario se iluminó con los colores vivos del
arte huichol en una estructura de mapping que acogía en su centro a la banda de
jazz tapatía: Troker.
Troker es una banda
con ya diez años de trayectoria, mezclando géneros que entran en lo
electrónico: con tornamesa y sintetizadores, una batería pesada que impulsa el
sonido a los rincones más alejados del recinto en que se presente, y un gran
toque de jazz, con el saxofón de Tibu Santillanes al frente, con trompeta y
contrabajo como guardaespaldas.
Mientras la energía
del electro-funky-jazz animaba al público que atendía el Telmex, la bailarina de
flamenco Karen Rubio se movía en el escenario. Con una propuesta contemporánea del
elegante y sensual baile español, Karen Rubio -nacida también en la Perla de
Occidente- golpeaba con fuerza el piso, una fuerza que salía desde sus entrañas
para pisar enérgicamente con su tacón. Era otro instrumento, la percusión de
sus pies que recorrían el escenario, como buscando las diferentes resonancias
del material que cubre el proscenio.
Vestida con una
falda ligera, que se levantaba con los giros que hacía Karen Rubio, la expresión de
vida, de caos y del mestizaje que caracterizan a la cultura mexicana floreció
del capullo que encierra un foro ya emblemático en la ciudad.
Fue una fiesta, en
donde se celebró el arte: la interdisciplinariedad de expresiones que ahora son
cotidianas; el encuentro gustoso de dos culturas aparentemente alejadas,
polarizadas. Una celebración de un festival que lleva 31 años apostando por las
propuestas independientes, y por una industria monstruosa que busca generar
catarsis a lo ancho del mundo en las personas: sin importar razas, colores o
nacionalidades.
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